domingo, 9 de enero de 2011

EL HOMBRE DE LAS MANOS ATADAS.

CARLOS GINER.

Érase un hombre como todos los demás. Un hombre normal. Tenía cualidades positivas y negativas. No era diferente.

Una vez llamaron repentinamente a su puerta. Cuando salió, se encontró a unos amigos. Eran varios y habían venido juntos.

Sus amigos le ataron las manos.

Después le dijeron que así era mejor; que así, con las manos atadas, no podría hacer nada malo (se olvidaron de decirle que tampoco podía hacer nada bueno).

Y se fueron, dejando un guardián a la puerta para que nadie pudiera desatarle.

Al principio se desesperó y trató de romper las ataduras. Cuando se convenció de lo inútil de sus esfuerzos, intentó, poco a poco, acomodarse a su nueva situación.

Poco a poco, consiguió valerse para seguir subsistiendo con las manos atadas. Inicialmente, le costaba hasta quitarse los zapatos. Hubo un día en que consiguió liar y encender un cigarrillo. Y empezó a olvidarse de que antes tenía las manos libres.

Pasaron muchos años. El hombre llegó a acostumbrarse a sus manos atadas. Mientras tanto, su guardián le comunicaba, día tras día, las cosas malas que hacían en el exterior los hombres con las manos libres (se le olvidaba decirle las cosas buenas que hacían en el exterior los hombres con las manos libres).

Siguieron pasando los años. El hombre llegó a acostumbrarse a sus manos atadas. Y, cuando su guardián le señalaba que, gracias a aquella noche en que entraron a atarle, él, el hombre de las manos atadas, no podía hacer nada malo (no le señalaba que tampoco podía hacer nada bueno), el hombre comenzó a creer que era mejor vivir con las manos atadas.

Además, ¡estaba tan acostumbrado a las ligaduras...!

Pasaron muchos, muchísimos años...

Un día, sus amigos sorprendieron al guardián, entraron en la casa y rompieron las ligaduras que ataban las manos del hombre.

- Ya eres libre, le dijeron.

Pero habían llegado demasiado tarde.

Las manos del hombre estaban totalmente atrofiadas.

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